06 Julio de 2012
Quedan 18 días. Hace unas semanas presentía un vértigo, una
suerte de cosquilleo alrededor del ombligo, un dolor en la planta de los pies,
como si efectivamente fuera a despegar del suelo en cualquier momento. Esta
mañana caminé por el parque de siempre, como todos los días. Como todos los
días aquí, el cielo fue caprichoso. Punteaba el suelo con diminutas gotas, los
árboles se mecían por el viento frío, que llegaba de repente. Los árboles, que
siempre se mecen como diciendo adiós. Un adiós infantil, un hasta pronto de
ramas.
En algunos días habrá otros árboles, tal vez saludando esta
vez, como quiero verlo, habrá otros pasos cerca de mis pasos. Unos brazos
nuevos que abrazaran mi humanidad, unos ojos que indagarán mi lengua, mis
gestos, mi extraña ciudadanía.
Mientras tanto, todo se mece a mi alrededor como diciendo
hasta pronto. El sol de la tarde es más lejano, los rostros se hacen ajenos.
¿Cómo se abandona cada vez la casa? Cada vez es distinto,
sin duda. Hay una maleta siempre, secretamente guardada debajo de la cama o en
el último rincón del clóset. Hay un guardarropa improvisado, ligero, como el de
un fugitivo. Así es, como un fugitivo. ¿Es posible que esta enajenación antes
de la partida sea un preludio de fuga? Pero qué es fugarse... Todos corren.
Corren para escapar de las diminutas gotas que puntean el suelo. Corren como
atletas olímpicos de siete de la mañana. Huyen de estar apretujados en el tren,
pero huyen hacia un mismo punto todos los días.
El cielo de Londres parece cortado por una estela naranja.
Es más azul que gris cemento, adolece de montañas. Bueno, al menos lo imagino
cuando veo la guía Lonely Planet. ¿Cómo será? Dicen que viene el verano ahora
mismo. 23 grados en promedio. Cuellos desnudos, melenas aireadas. Bicicletas en
cada esquina. Fuentes encendidas, mujeres sonriendo, niños corriendo. ¿Qué tan
caprichoso es el cielo londinense? Imagino que es contundente, predecible.
Faltan 18 días para decir hasta luego y mecer mis dedos en un hasta
pronto, familia.